EDITORIAL

Uno de los aspectos que más preocupan actualmente a las autoridades sanitarias en todo el mundo es el envejecimiento saludable de la población, que la Organización Mundial de la Salud define como “el proceso de desarrollar y mantener la capacidad funcional que permita el bienestar en la vejez”. Esto es, no solo es importante dar años a la vida sino también vida a los años.

Esta preocupación obedece al gran aumento del número de personas mayores observado en los últimos años en casi todos los países y se prevé que este crecimiento se duplique en las próximas décadas: se espera que las personas mayores representen al menos una cuarta parte de la población en todas las grandes áreas del mundo, excepto África, en 2050. Junto con el envejecimiento de la población, se produce un aumento de las enfermedades crónicas y un mayor número de personas con deterioro en la capacidad física y mental. Por ello, conocer los factores que impactan sobre el envejecimiento y predisponen a limitaciones en la capacidad, la salud y el bienestar durante la vejez es fundamental para diseñar y desarrollar con éxito políticas e intervenciones para promover la salud en las personas mayores.

Para prevenir estas enfermedades características de la vejez, el conocimiento científico actual se dirige en gran medida al estudio de la fragilidad. Éste se considera un estadio previo a la situación de enfermedad, en el que existe una gran vulnerabilidad a factores de estrés para el organismo que van a determinar un mayor riesgo a desarrollar una enfermedad. Se caracteriza por la disminución de la fuerza muscular, de la resistencia a la fatiga, lentitud al caminar, pérdida de peso y de la reserva fisiológica, que hace a estas personas más vulnerables a desarrollar dependencia, caídas, discapacidad e incluso a la muerte. Los datos de los últimos estudios longitudinales realizados en España muestran que la prevalencia de fragilidad en la franja de 70-75 años es de un 2,5%-6%, entre los 75-80 años es del 6,5%-12%, entre los 80-85 años del 15%-26%, y por encima de los 85 años del 18%- 38%. La fragilidad es el doble de frecuente en mujeres que en hombres y es más habitual en entornos socioeconómicos bajos. 

En las personas adultas, el consumo de frutas y verduras ya se asocia con un menor riesgo de padecer enfermedades crónicas como son la cardiopatía isquémica, el ictus o el cáncer, así como con una menor mortalidad general. Sin embargo, hay muy pocos estudios sobre los efectos del consumo de frutas y hortalizas en la salud de los ancianos. En este número hemos seleccionado una serie de artículos que analizan la asociación entre el consumo de estos alimentos y el riesgo de fragilidad.

En el primero de ellos, publicado en 2016 por Esther García Esquinas y colaboradores, se analizaron 2.926 ancianos no institucionalizados procedentes de tres cohortes europeas: la cohorte Seniors-ENRICA (Estudio de Nutrición y Riesgo Cardiovascular en España), la cohorte de Burdeos del estudio 3C (L'étude des Trois Cités) en Francia y la cohorte AMI (Integrated Multidisciplinary Approach) también en Francia. Tras un seguimiento de 2,5 años, durante los cuales se diagnosticaron 300 nuevos casos de fragilidad, se concluyó que el consumo de frutas y hortalizas estaba inversamente asociado al desarrollo de fragilidad, siguiendo un patrón dosis-respuesta: a mayor ingesta de frutas y hortalizas, menor riesgo de desarrollar fragilidad. 

En el segundo estudio que presentamos Kojima y colaboradores, en 2018, realizaron un metaanálisis de siete estudios que analizaron la asociación entre el consumo de frutas y hortalizas y el riesgo de fragilidad. Un metaanálisis consiste en la revisión sistemática y estructurada de una serie de estudios seleccionados, lo que permite incluir un número mayor de individuos en el análisis y, por ello, la potencia del estudio y sus conclusiones son mucho mayores. A pesar de este número de estudios, solo tres se consideraron metodológicamente sólidos y en ellos se observa la misma asociación beneficiosa entre el consumo de frutas y hortalizas y el riesgo de fragilidad. En los restantes cuatro estudios se observa una tendencia parecida, aunque no es significativa y, por eso, el metaanálisis concluye que son necesarios estudios más precisos para confirmar la tendencia observada.

Finalmente, Teresa Fung y colaboradores, en 2020, estudiaron a 78.366 mujeres mayores de 60 años, que fueron seguidas desde 1990 hasta 2014. Durante estos más de 20 años de seguimiento, 12.434 mujeres desarrollaron fragilidad (15,9%), observándose una clara tendencia inversa entre el consumo total de frutas y hortalizas y el riesgo de desarrollar fragilidad. Esta asociación inversa fue especialmente fuerte cuando el consumo de vegetales se combinó con la práctica habitual de actividad física.

Complementariamente, se ha ampliado el foco para analizar la asociación entre fragilidad y dietas que, como la mediterránea, tienen una elevada presencia de productos de origen vegetal: frutas, hortalizas, aceite de oliva, frutos secos e, incluso, preparaciones culinarias características de estas regiones como el sofrito. Así, en el cuarto artículo que hemos seleccionado para este número, León Muñoz y colaboradores analizaron el efecto de la dieta mediterránea (DM) sobre el riesgo de fragilidad en personas mayores no institucionalizadas, utilizando la misma cohorte Seniors-ENRICA que empleó García Esquinas para analizar el efecto de las frutas y hortalizas sobre la fragilidad. La intención en este tipo de estudios es analizar el efecto sinérgico de todos los ingredientes de la dieta y no solo de un grupo particular de alimentos. En este estudio, se observó que aquellos individuos con una mayor adherencia al patrón de la DM tenían menor riesgo de fragilidad cuando se comparaban con los individuos del estudio cuya alimentación estaba más alejada de la DM. Cuando repitieron los análisis con los ingredientes de la DM por separado, observaron que el consumo alto de frutas y de pescado se relacionaba significativamente con un menor riesgo de fragilidad, observándose una tendencia hacia esta asociación en el resto de los componentes de la DM.

Queda confirmado, de acuerdo con estos estudios, la relación que existe entre un consumo alto de frutas y hortalizas y un menor riesgo de desarrollar fragilidad. Este efecto puede deberse a la acción antioxidante de muchos componentes de las frutas y hortalizas (como la vitamina C, vitamina E, carotenoides y selenio) que reducen el estrés oxidativo celular y tienen un efecto antiinflamatorio. Además, los vegetales son ricos en fibra, potasio, etc. que reducen el riesgo de numerosas enfermedades crónicas que, a su vez, pueden ser factores de riesgo de desarrollar fragilidad. Como parece que la fragilidad es una situación reversible, este conocimiento científico abre la oportunidad a desarrollar intervenciones que traten de recuperar el estado de salud de personas frágiles a través de estimular un alto consumo de frutas y hortalizas.

 

Juan Manuel Ballesteros Arribas

Teniente Coronel Veterinario. Inspección General de Sanidad. Ministerio de Defensa.

Miembro del Comité Científico de la Asociación “5 al día”.

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